Una crisis global como ésta, que causa miles de muertes y el cierre total estricto de todos los países para intentar detener la contaminación, es una carga tremenda para la humanidad. Vivimos una verdadera purificación que permite la pedagogía divina a causa de nuestros muchos pecados y los pecados de la humanidad. Resalta el que no podemos congregarnos en los templos parroquiales, ni tener las actividades comunitárias religiosas. Es como si Dios nos quisiera confinar a nuestros hogares, para centrarnos en nuestra individualidad, en nuestro "Castillo interior", nuestro corazón íntimo, y allí desarrollar una vida interior íntima con el Señor. El vendrá a morar a nuestro corazón y enjugara nuestras lágrimas, remediara nuestras miserias y perdonara nuestros pecados. Al atardecer, se quedará para siempre con nosotros. Habrá un nuevo mundo renovado por la purificación.
Habrá valido la pena de tantos enfermos y fallecidos, porque al final la humanidad estará más cerca de Dios y el Reino de Dios vendrá sobre la nueva tierra. Conversión es la receta para lograr está transformación. De no ser así, nos debemos preparar para niveles superiores de sufrimiento y angustia a consecuencia del pecado. Sin Dios como centro de nuestra vida, nos veremos abandonados a una vida de tibieza y pecado que traerá las calamidades de la guerra, el hambre, las persecuciones contra la Iglesia y la aniquilación de naciones Todo se puede evitar si a partir de este aviso celestial de la pandemia, erradicamos el espíritu del mundo de nuestros corazones y nuestra sociedad, y mediante la conversión de muchos haremos posible el triunfo definitivo del Inmaculado Corazón de María.
Oremos a nuestros pastorcitos santos, Francisco y Jacinta, para darle consuelo y fortaleza a nuestras familias, para asistir a nuestros doctores en medicina y asistentes sanitarios que se sacrifican enormemente para combatir este virus tan peligroso; para orar por nuestros científicos para que se vean iluminados para descubrir una cura y una vacuna que erradique esta calamidad de la faz de la tierra.
Santa Jacinta y San Francisco, cuida a nuestras familias afligidas en esta hora de necesidad, de manera que por vuestra poderosa intercesión, unida al Corazón Inmaculado de María, obtengan de Nuestro Señor el remedio que solicitamos, para la mayor Gloria de Dios y la salvación de muchos.
Prof. Américo Pablo López Ortiz, Presidente Internacional del Apostolado Mundial de Fátima

